Los enigmas referentes a la obra más famosa del pintor florentino todavía no acaban. Su verdadera identidad aún se mantiene con un halo de misterio entre la polémica.
Los enigmas referentes a la obra más famosa del pintor florentino todavía no acaban. Aunque en diversos estudios se ha dicho que la Mona Lisa es, en parte, un autorretrato de Leonardo da Vinci, su verdadera identidad aún se mantiene con un halo de misterio entre la polémica, la duda y el desazón de nunca saber con certeza la respuesta.
Restauradores e investigadores del arte se desviven, día tras día, para encontrar otra pieza del rompecabezas y, entre más averiguaciones hacen, las dudas son más y las respuestas se quedan cortas. Evidentemente, la pieza de Da Vinci que conocemos llevaba un vestido de la época que, sin duda, reconoceríamos… y del mismo modo que recordamos su indumentaria también lo hacemos con los detalles más destacados del lienzo: su sonrisa (qué obviedad), el modo en que cruza sus manos en primer plano, sus cejas casi nulas, el paisaje que, al fondo, utiliza con maestría la perspectiva.
Pero, ¿qué pasaría si le quitaran la ropa a la Mona Lisa? ¿Seríamos capaces de encontrar los pequeños detalles que la distinguen?
Existen al menos unas 20 pinturas y dibujos de la Mona Lisa desnuda cuya fecha y origen se intentan descifrar. Esto con el único objetivo de saber si en ellos intervino el genio del Renacimiento, Leonardo da Vinci. La tarea es ardua y muchas veces los resultados son inconclusos, pero uno de ellos ha dado positivo en los exámenes que diez científicos del museo Louvre han hecho.
Conocido como la Monna Vanna, un dibujo a carboncillo que forma parte de la colección de arte renacentista del Museo Condé desde 1862, ha pasado las rigurosas pruebas de los investigadores. Según Mathieu Deldicque, conservador, «el dibujo es al menos en parte obra de Leonardo. Es de calidad, por la forma en que se han efectuado el rostro y las manos, que es verdaderamente notable. No es una copia insulsa».
Además, Deldicque asegura que este boceto fue realizado en una fecha paralela a la creación de la Mona Lisa, justo en los últimos años de vida de Leonardo, por lo que los investigadores creen que este carboncillo fue el trabajo preparatorio para crear la pintura al óleo.
Ahora observa la postura de las manos, la colocación del cuerpo, la talla de la modelo, incluso la mística sonrisa y el manto que acompaña su brazo izquierdo. Observa los pómulos, y, si puedes ver con más detalle, podrás notar unos pequeños agujeros que acompañan a la silueta de la misteriosa mujer; mismos que probablemente sirvieron para enmarcar la figura que más tarde sería pintada al óleo: el tamaño de los dos retablos es igual, la silueta también.
Da Vinci era zurdo y eso, en cierta medida, hace más notorio el cambio entre quien pintó el boceto y quien realizó la «Mona Lisa» por completo, de este modo, según el restaurador del Louvre, Bruno Mottin, no todo el dibujo es de Da Vinci, algunas partes pertenecen a un pintor diestro, tal como el trazo justo arriba de la cabeza de la modelo. Probablemente esas partes sean de Salaì, el pupilo de Da Vinci que más tarde dio vida a la Monna Vanna.
Ese enigmático cuadro que sólo mide 77 centímetros de altura y 53 de ancho seguirá dándonos más y más de qué hablar, el legado de un pintor lo hará perecer hasta que la humanidad entera lo haga.