ARQUITECTURA INVERSA
Por Jaime Pérez García
“Es en la que a partir de un diseño conceptual estandarizado, se verifica su valor y aplicación, se buscan el terreno y cliente, y se ajusta según el caso”

Algunos vibramos ante la buena arquitectura, y a veces la emoción lleva hasta las lágrimas. Me recuerdo visitando el ala este de la National Gallery en Washington, D.C. (diseño de I.M Pei) sobando el “filo” de su fachada ya grasiento por las miles de manos que rendimos el mismo homenaje. Otra ocasión fue al bajar la escalera de la pirámide del Louvre en Paris (también de I.M Pei). Emociones que seguramente sentiré al ver el sol poniente y el Océano Pacífico desde el patio de los Laboratorios Salk (de Louis I. Khan) en La Jolla, California. A algunos nos impresionan esas obras, a otros otras, y a otros ninguna. Es la historia del edificio, el cliente y el arquitecto. Pero: ¡Qué difícil es encontrar el alma gemela que vibre ante esa música visual!

Hacer arquitectura es como soñar con las manos. Se empieza por dedicar más tiempo al diseño (que consiste en el manejo del espacio) y menos a las apariencias. Una buena solución se retro alimenta y evoluciona a veces de forma inexplicable. En arquitectura la mejor solución no siempre es la más atractiva a la vista, como sucede con algunos “renders” impactantes, que presentan maromas arquitectónicas, efectistas y llamativas, y que son como los espejitos que en la conquista los españoles intercambiaban por oro. Esa arquitectura puede tener éxito pasajero, pero aburre y con el tiempo pasa de moda. El tiempo afianza a la verdadera arquitectura, y aunque esas estridencias pueden funcionar como arquitectura efímera, en exposiciones temporales, ferias, o eventos, la mejor solución es la que resuelve los espacios con discreción, humildad y elegancia, al considerar que la arquitectura no es más que un “contenedor” de cualquier actividad humana, y no un monumento al ego del promotor o el arquitecto. La eficiencia no significa hacer lo menos posible, es hacer lo que conviene.

La palabra FORMA que aparenta ser estática pues implica figura y presencia, también es dinámica pues admite el movimiento en palabras como REFORMA o TRANSFORMA, que indican acción, en donde la presión es un privilegio que apasiona, y que al hacer lo que hacemos, cada vez lo hacemos mejor, procurando que nos guste aquello que nos disgusta pero sabemos que se debe hacer, empezando por lo más sencillo. Y además conscientes de que es imposible para un arquitecto eludir sus propias obsesiones, ya que van a aparecer de una u otra forma, el caso es que evolucionen y cambien, para no quedar solo en aburridas repeticiones.
Como experiencia personal, creo que hay al menos dos etapas del diseño. Que inicia con aquella inspiración sorpresiva que seduce, y que si no es atrapada al instante desaparece, la que una vez capturada inicia el tenaz pulimiento de separar sus partes que se traslapan y complementan, y que al final realmente no importa si se construye o no, en el proceso quedó el placer y el aprendizaje, y aunque lo que si se construyó puede producir sorpresas inesperadas, todo eso hace posible enamorarse de un diseño, pero debe ser un amor frío, racional y dispuesto a cambiar cosas que tal vez fueron importantes, pero también insostenibles. Al diseñar se deben aceptar y soportar las incertidumbres y sorpresas, como parte inevitable del proceso de toma de decisiones, que afectarán múltiples aspectos del resultado final. Porque en la arquitectura, también existe la elocuencia.

Y es muy importante no olvidar la regla de Louis I. Kahn, que habla de los espacios SERVIDOS, como la sala, comedor, recámara, oficina, laboratorio, baño, cocina, aula, etc. Y los espacios SERVIDORES: los estacionamientos, pasillos, vestíbulos, escaleras y elevadores, etc. Y conviene diferenciarlos, para que por ejemplo la sala-comedor de un departamento no sea un gran pasillo lleno de puertas y sin privacidad. La construcción y la destrucción se complementan como fuerzas opuestas y en tensión. Es un proceso activo en dialogo, donde la destrucción impone un desorden que luego el azar y el trabajo recomponen. Dan y quitan. Algunos componentes soportan ese desorden, otros solo desaparecen o se transforman, crecen, decrecen o resisten en una nueva y sorpresiva singularidad. Contradicción dialéctica y ambigua, pues hay un enorme margen de error cuando solo se tiene un objetivo y así, las cosas que no sucedieron se van quedando atrás para dar paso a lo inesperado, ya que son como las piezas de un nuevo juguete que se van armando, y que satisfacen porque al final, como todo, fallan y son inestables. Vivir en el orden, es sacarle más minutos al tiempo.

Un arquitecto no debe esperar aplausos o incienso por lo que hace. Ya con que no le digan que algo está mal es suficiente. Abundan los clientes que piensan que si halagan al arquitecto, les van a cobrar más. De risa, pero así es. Y por ahí dicen que en el futbol un portero sin suerte no es un portero, y yo digo que un arquitecto sin suerte no es un arquitecto. En el caso por ejemplo de que al estar diseñando algo sobra un espacio ¿qué hacer?… Pues tal vez ahí pueden ir la subestación eléctrica, la planta de emergencia o la cisterna y el bombeo de agua, que quizá no se consideraron al inicio, o se dejaron pendientes. Así, el azar también juega con eso de tener suerte.