Urbanismo y Construcción

50 tonos de verde: las contradicciones del «greenwashing» en la arquitectura

Vertical garden with green trees on the building. Green building, eco friendly business concept.

Ante un pronóstico insatisfactorio, la sostenibilidad –que ya en 1972 pasó a ser tema de agenda a través de la Conferencia de Estocolmo organizada por la ONU– está cada vez más presente en todas las actividades, haciéndolas apuntar a un desarrollo económico más equilibrado, que respeta los recursos naturales del planeta. Sin embargo, en medio de esta profusión de estrategias “verdes”, se ha corrompido la definición misma de sostenibilidad, alejándose del concepto original basado en tres esferas principales: sociedad, medio ambiente y economía. En otras palabras, lograr el bienestar social sin influir negativamente en el medio ambiente, pero moviendo la economía.

En este sentido, al comprender la complejidad del tema de la sustentabilidad y los diferentes dominios en los que necesita estar presente para ser plenamente aplicado, es posible plantear numerosas preguntas sobre ciertas actitudes “verdes” que están surgiendo con profusión en la actualidad. A pesar de muchos buenos ejemplos, la exageración del tema lo ha convertido en una estrategia de marketing, absorbida por la industria a través de herramientas que ayudan a impulsar las ventas o justificar prácticas irresponsables.

Esta práctica se conoce como greenwashing, término peyorativo que identifica el mal uso de la idea de sostenibilidad en el que el propósito no está relacionado con sus principios. Es, por tanto, una estrategia que presenta los beneficios ambientales de forma desconectada, incompleta o incluso falsa, apuntando a un mercado teóricamente más preocupado por las buenas prácticas ambientales. Como elemento de marketing, el greenwashing está presente en diferentes industrias: alimentos, automóviles, electrodomésticos, construcción, entre otras.

En el ámbito de la arquitectura, las frases “empresa sostenible” y “preocupación ambiental” se han aplicado en los más diversos contextos. Simplemente escribe estas palabras clave en el navegador para encontrar una gran cantidad de proyectos sostenibles falsos vendidos por oro bajo el paraguas de la sostenibilidad. Un ejemplo clásico son los grandes desarrollos residenciales que venden la idea del contacto con la naturaleza, pero para ello deforestan gran parte del área natural, destruyendo ecosistemas, para luego aplicar un techo verde y utilizar plantas nativas en el paisajismo.

Otra estrategia muy utilizada en estos términos es el énfasis que se le da al simple hecho de cumplir con la legislación cuando se dice que el emprendimiento es sustentable por tener un bajo índice de ocupación o por mantener un porcentaje importante de área preservada, y estos números no son nada más que la norma vigente en el plan maestro. O cuando enfatizan elementos como aerogeneradores, paneles fotovoltaicos, además de los techos verdes ya mencionados, que, aún descontextualizados y ajenos al proyecto, hacen que el edificio se venda como un ejemplo de sustentabilidad. De todos modos, las estrategias son numerosas y a menudo toscas. Basta un breve análisis del lugar de implantación, de las técnicas constructivas, de los materiales utilizados para difuminar el maquillaje verde utilizado en este tipo de proyectos.

En este punto, algunos lectores pueden estar preguntándose sobre la importancia de las certificaciones para combatir los proyectos sostenibles falsos, y sí, son muy importantes. Los sellos ecológicos animan a los arquitectos a cumplir con los estándares de calidad y sostenibilidad, valorando el uso de nuevas tecnologías y productos. Sin embargo, también nos corresponde a nosotros tomar una postura crítica en relación con estas clasificaciones porque, como afirma Fabiano Sobreira, la propia certificación LEED, quizás la más conocida en el mundo, ha sido cuestionada por los profesionales del ramo debido al poco énfasis dado al proyecto y ausencia de contextualización local.

Tomando como ejemplo la certificación LEED, es posible ver que sus criterios abordan solo un aspecto de la sustentabilidad (ambiental) pero ignoran los otros pilares que subyacen al concepto, como el social y el económico. Por ello, para hacerlo más integral –como lo es el propio término sustentabilidad–, se propone el desarrollo (o mejora) de sistemas de certificación que consideren de manera más efectiva la “calidad arquitectónica resultante de las decisiones de diseño, con menor énfasis en materiales, tecnologías y accesorios”, y que incluyan aspectos culturales, sociales y económicos como criterios complementarios de evaluación”. De esta manera, busca evitar la reproducción de modelos y tecnologías internacionales y reconocer soluciones arquitectónicas que sean sostenibles por naturaleza y estén relacionadas con el contexto en el que se insertan.

Este contrapunto a la parafernalia tecnológica y la búsqueda de una sostenibilidad más genuina ha sido cada vez más valorado a medida que se entiende el significado más amplio y complejo del término. Un ejemplo importante de este cambio de dirección es la elección del Premio Pritzker 2022 que se dio a conocer esta semana. Diébédo Francis Kéré ganó notoriedad precisamente por presentar un proceso de diseño colaborativo que involucra a la comunidad, con el uso innovador de materiales y técnicas vernáculas que se enfocan en el confort ambiental y la calidad espacial. En otras palabras, sus obras combinan compromiso ético, calidad estética y eficiencia ambiental, contemplando genuinamente los tres pilares fundamentales del concepto de sustentabilidad.

Finalmente, cabe mencionar que es incuestionable la urgencia de medidas y estrategias respetuosas con el medio ambiente, especialmente dentro de la construcción civil. En este sentido, ninguna estrategia debe hacerse inviable; por el contrario, cualquier acción responsable, por pequeña que sea, cuenta. Mientras tanto, debemos ser conscientes del marketing forzoso realizado en determinadas circunstancias, que agrega un valor exagerado a algo que no es adecuado, así como también debemos aprender a valorar estrategias cada vez más modestas y accesibles que piensen en el medio ambiente, pero también en los contextos culturales, sociales y económicos en los que se inserta el proyecto.

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