Fachadismo: cuando los muros hablan y mienten
Las paredes no pueden hablar, al menos no todavía, pero esto no quiere decir que no puedan mentir, hoy en día está surgiendo una tendencia urbana que consiste en demoler la totalidad de un edificio histórico –menos la fachada exterior– para construir un nuevo edificio detrás de la misma. Este procedimiento tiene un nombre: fachadismo. Si bien el acto de construir una nueva estructura detrás de una fachada histórica puede parecer altruista en el mejor de los casos, o trivial en el peor, el fachadismo ofrece una idea de las fuerzas políticas y de mercado centradas en el dinero, las cuales dan forma a nuestras ciudades.
En un ensayo titulado «La ética del fachadismo», el ex secretario de The Georgian Group, Robert Bargery, escribe: «El fachadismo en su sentido más común implica retener la fachada de un edificio (generalmente histórico) que se considera que tiene algún valor arquitectónico o cultural, para construir un espacio completamente nuevo detrás”. El ejemplo más famoso, –aunque no el más obvio– es La Casa Blanca en Washington DC, cuyo interior fue reconstruido en 1948 detrás de la fachada original de 1800. En 2013, la técnica atrajo la atención cuando un bloque de alojamiento para estudiantes en Londres fue galardonado con la Copa Carbuncle de Building Design por el peor edificio del año, en parte debido a la relación entre una fachada de almacén conservada del siglo XIX y el nuevo panel gris construido para soportarla.
A simple vista, se perciben justificaciones para la idea del fachadismo. Puede ser, por un lado, una forma lógica de mantener el carácter histórico de una calle si la totalidad de un edificio histórico no tiene reparación. Si se interviene con sensibilidad, puede resultar en una reinterpretación de la historia en otro momento, con movimientos contemporáneos cuidadosamente elegidos para contar una historia de cómo surgió la estructura original y cómo se desvaneció. También podría justificarse como una forma de reformar las estructuras en los núcleos urbanos históricos a los estándares modernos de accesibilidad, incendios y medio ambiente, ofreciendo un entorno interno más cómodo para un público más amplio. Lamentablemente, la expectativa se desvía de la realidad. El fachadismo, como se ve en Londres y en otros lugares, es un compromiso de la codicia dirigida por los desarrolladores y la pobre resolución arquitectónica.
El fachadismo de hoy en día se utiliza con demasiada frecuencia como una táctica para que los desarrolladores aumenten las ganancias gracias a la herencia construida. Con el alza del precio del suelo en las ciudades, los desarrolladores aprovechan el valor de un terreno ocupado por un edificio histórico abandonado y catalogado, lo que limita sus perspectivas de demolición. Haciendo caso omiso de las nociones de autenticidad o reutilización adaptativa, el desarrollador se embarca en una larga batalla –muchas veces exitosa– con las autoridades de planificación y los conservacionistas, que termina con este último «falso esfuerzo» por salvar la fachada y pedazos de carácter, de un estructura existente. Mientras tanto, el inhibidor único para el desarrollador se convierte en la estrella del espectáculo, con agentes inmobiliarios y equipos de marketing que celebran los «ecos de la historia» a la espera de posibles compradores e inquilinos.
Las fuerzas financieras y legislativas que se encuentran detrás del fachadismo, aunque cuestionables, no son la razón por la cual está atrayendo atención negativa. El problema, son las respuestas baratas, poco inspiradoras y mediocres generadas por los arquitectos que diseñan y construyen el reemplazo contemporáneo. Aparentemente atrapados en un punto medio entre la creación de una estructura orientada hacia el futuro de su tiempo y un reemplazo hacia el pasado estático, los equipos de diseño no están logrando ninguno de los dos, creando lo que un artículo de Architectural Review una vez describió como «estructuras pasivo-agresivas – híbridos ofensivos de intenciones conflictivas que gritan ‘¡Mira lo que me obligaron a hacer!’ con resentimiento amargo y petulante.» Más que otra cosa, esta es la arquitectura escenográfica.
Si bien tales críticas no carecen de mérito, se puede dar cierto reconocimiento al equipo de diseño. En las escuelas de arquitectura, se enseña que la forma sigue a la función, se enseña a diseñar de adentro hacia afuera, se enseña que el exterior de un edificio es una expresión de su interior y viceversa. Es por eso que cuando la relación simbiótica entre el interior y el exterior de un edificio se ve comprometida, y se requiere un trasplante complejo, los diseñadores se encuentran en un territorio desconocido, dando resultados confusos y desorganizados. Sin embargo, esta excusa no puede llegar tan lejos, después de todo, la misma educación que nos entrenó para diseñar de adentro hacia afuera también nos enseñó a liderar con creatividad y sin juego de palabras, a pensar fuera de la caja.
Si bien es conveniente descartar el fachadismo como una manifestación de la avaricia financiera del siglo XXI, sus raíces son más profundas en la historia de la arquitectura y mucho más convencionales de lo que uno podría pensar. Como explica Robert Bargery, de The Georgian Group, los georgianos pusieron mayor énfasis en las fachadas mientras descuidaban la estructura interna, a veces a través de modificaciones para que correspondieran con el estilo en boga del día. Pasando al siglo siguiente, vimos que la fachada del siglo XVIII del Palacio de Buckingham apareció en un «clasicismo de principios del siglo XX». Incluso la emblemática Catedral de San Pablo de Sir Cristopher Wren contiene un ejercicio descarado de fachadismo, con los ornamentados contrafuertes volados que sostienen el edificio enmascarado por un innecesario muro de parapeto sobre los pasillos.
De hecho, gran parte de la arquitectura actual, puede clasificarse como fachadismo. La fuerte influencia de Walter Gropius y otros pioneros modernistas que separaron las fachadas de las estructuras y dieron a luz al muro cortina, continuaron la separación evolutiva entre el interior y el exterior de un edificio. Si bien es conveniente criticar el acto de construir una estructura alienígena detrás de una fachada histórica, se podría usar una lógica similar para argumentar en contra de la colocación de una fachada genérica y prefabricada en un piso interno predefinido, con poca sinergia o interdependencia entre las dos.
Si bien los problemas con el fachadismo pueden detenerse en su ejecución, en lugar de en su existencia conceptual, hay otra forma de abordar esta tendencia. En lugar de desnudar edificios históricos y construir un reemplazo confuso y poco inspirador, podríamos retener más de la estructura existente. Sus historias y delicias arquitectónicas no se dejan en la puerta, ni su potencial para continuar contribuyendo a la vida urbana moderna. Lamentablemente, las tendencias actuales del fachadismo demuestran que las ciudades, y quienes financian su expansión, colocan las ganancias por encima de las personas.
Después de todo, aunque las paredes no pueden hablar, el dinero sí.