Editorial

EL DISEÑO JUSTO


El buen diseño arquitectónico no es fácil, y cuando el resultado final se     aprecia justo, de seguro llevó tiempo, esfuerzo y emoción llegar a eso. Los espacios se definen en silencio, y es el arquitecto quien con su manejo de los espacios, interpreta las necesidades de la persona, la familia o el grupo a servir. Es él a través de la inspiración de su espíritu quien guía, y es guiado hacia una solución versátil. Estamos diseñados para identificar, enfrentar y resolver problemas, y en el proceso creativo debe haber un punto de partida. Respondió el Arq. Teodoro González de León a mi pregunta de ¿Cómo inicias un diseño? “Al principio me seduce una forma y es a partir de ahí que todo se va dando” sin apresurar las cosas, tomando el tiempo para que se manifieste lo que quiere ser. El diseño de un espacio físico en ocasiones (después de tener la información del proyecto) inicia de forma casi casual y sorpresiva – como una visión o una epifanía – en la mente entrenada del arquitecto, de lo que pudieran ser los espacios en una condición ideal.  Se produce así una imagen poderosa – aunque difusa y a veces confusa – como un encantamiento. Y ahí comienza la agonía y el éxtasis de hacerlo real y construible, pero sobre todo, que convenza al cliente, y sin perder la magia que mostró en aquella primera imagen.  


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Diseños en donde sea posible una mayor personalización por parte del    usuario, ni tan fríos, ni tan iguales, monótonos y repetitivos, en los que se es realmente nadie. Diseños con más de variedad, pues la variedad no necesariamente implica costo, y más bien puede ser una ventaja que opera como un diferenciador atractivo. Espacios lo más impersonales posibles y al mismo tiempo, lo más personalizables posible. Algunos arquitectos, seguimos  dibujando a mano, y utilizamos lo digital como lo que es, una herramienta, en la que es relativamente fácil impresionar a un cliente con presentaciones gráficas o digitales a color, muy atractivas y vendedoras, pero que pudieran no tener el sustento y las cualidades que las condiciones exigen. Es necesario saber diferenciar y revisar si hay sustancia en las propuestas, y que no sean solo como los “espejitos” que los españoles intercambiaban por oro a los nativos durante la conquista.


​​​​​​​Así como hay ingeniería invertida, esto es, a partir de un objeto existente, identificar su técnica y proceso de construcción (una especie de reversa       técnica) también puede haber arquitectura invertida, que sería: a partir de un diseño modular, que permita ser adaptado (con las modificaciones del caso) a algún terreno específico, y adoptado como parte de un negocio.
 En el diseño de los edificios de departamentos que se comercializan, se puede decir que todos los arquitectos merecen respeto, son autores que en mayor o menor medida intentan y contribuyen a crear un mundo mejor. El resultado final de su trabajo no depende totalmente de ellos, pues cada caso es diferente ya que intervienen otras influencias: el cliente o promotor, el compadre o  la señora, los  vendedores, etc.  Al arquitecto no se le puede atribuir ni todo el éxito ni  todo el fracaso de un proyecto. Son válidas, y deben ser  ponderadas todas las opiniones, pero son ellos como especialistas, quienes al final deben decidir, aceptando con humildad opiniones de expertos que aporten valor, pues necesita haber tensión para que haya equilibrio. Y los promotores deben no solo pensar en aspectos de tiempos, financieros y económicos, es preciso darle mayor respeto, revisión e importancia al diseño, que con las modificaciones y ajustes, será lo único que quede como testigo del esfuerzo realizado. Al final, los espacios solo son testigos mudos de lo que sucedió con ellos.  
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Se dice que los errores del abogado terminan en la cárcel, los del médico en el panteón, y los del arquitecto se hacen monumentos. Todos de una u otra forma, al final debemos rendir cuentas por nuestros actos.

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